Feb 10, 2007

 


W.G. Sebald
Austerlitz
Anagrama, España, 2002
Por Miriam Badillo

Alguien a quien recomendé la lectura de Sebald me lo dijo: “ahora entiendo porque te gusta tanto: es tremendamente melancólico”. Es verdad él autor alemán muerto en accidente automovilístico es endiabladamente melancólico. La fuente de su melancolía es su fervor obsesivo por rescatar del olvido historias de exilios y tristezas infinitas. Los personajes de sus obras (al menos de Los Emigrados y de esta que trataré de reseñar) parecen haber existido realmente porque Sebald se sirve no solo del testimonio oral que sobre sus vidas rescata sino de rastros tangibles como fotografías y documentos de todo tipo cuya presencia dentro de sus páginas resulta conmovedora e impactante.
Jacques Austerlitz es un erudito inglés con quien Sebald tiene encuentros fortuitos y dispersos a lo largo de los años y en diversas ciudades, así nos vamos enterando poco a poco de sus verdaderos orígenes en los que la confrontación del temprano exilio (durante casi toda su vida olvidado aún para si mismo) de su natal Praga, República Checa poco a poco lo lleva un estado de frenética búsqueda de su pasado sin el cual todo parece derrumbarse en su interior.
El equilibrio y la sencillez de la prosa de Sebald evitan la caída en la sensiblería chocante, su modo directo y delicado de referirse a los hechos más brutales (las atrocidades de los campos de concentración nazis en Praga por ejemplo) los vuelven aún más conmovedores y dolorosos, todo sin necesidad de grandilocuencias o rebuscamientos. Vaya cosa que quienes pretenden escribir con seriedad debiéramos tener en cuenta siempre.
Nada sobra ni falta, no hay excesos ni mezquindades, simplemente Sebald rescata del olvido el trayecto de una vida y una memoria individual y colectiva.


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