Jan 21, 2007

 

Le petit prince
Antoine de Saint-Exupéry
Gallimard, Paris, 2000

Por Miriam Badillo


Como suele ocurrir con ciertos libros muy conocidos, uno da por hecho que los ha leído porque conoce el argumento y los personajes certeramente, resulta que alguien te contó esto, alguien más aquello, viste la película o fragmentos o adaptaciones de la historia representadas un poco por todas partes, pero en resumidas cuentas el texto integro como tal no lo has leído nunca. Eso me ocurría a mí con El Principito, tengo una preciosa edición en francés con las acuarelas hechas por el autor mismo, tanto o más conocidas que el libro mismo. Así que simplemente hice lo que uno debiera hacer siempre: tomé el libro y lo leí, además no podía haber encontrado momento más placentero: una playa, después de todo la arena del desierto del Sahara algo tendrá que ver con la arena de esa playa caribeña. Puse los ojos sobre ese texto y no los despegué más que para mirar el azul y hacer crecer mi felicidad lo más alto y hondo posible. La belleza y la sencillez (¿hay algo bello que no lo sea?) de las palabras que encontré me acariciaron con manos de ternura y esperanza. Solo quiero destacar un fragmento que para mí vale todo el oro del Perú y no por su perfección o definitividad sino por su verdad y su complejidad, por las posibilidades que ofrece para el desacuerdo y el deseo.

“- Les hommes, dit le renard, ils ont des fusils et ils chasent. C’est bien gênant! Ils élèvent aussi des poules. C’est leur seul intérêt. Tu cherches des poules?
- Non, dit le petit prince. Je cherche des amis. Qu’est-ce que signifie
apprivoiser?
- C’est une chose trop oubliée, dit le renard. Ça signifie creer des liens.
- Creer des liens?
- Bien sûr, dit le renard. Tu n’ es encore pour moi qu’un petit garçon tout semblable à cent mille petits garçons. Et je n’ai pas besoin de toi. Et tu n’as pas besoin de moi non plus. Je ne suis pour toi qu’un renard semblable à cent mille renards. Mais si tu m’apprivoises, nous aurons besoin l’un de l’autre. Tu seras pour moi unique au monde. Je serai pour toi unique au monde.
- Je commence à comprendre, dit le petit prince. Il y a une fleur…je crois qu’elle m’a apprivoisé…” p.69-70

“- Los hombre, dice el zorro, tienen fusiles y cazan. ¡Es tan molesto! También crían gallinas. Es su único interés. ¿Tú buscas gallinas?
- No, dice el principito. Yo busco amigos. Qué significa
apprivoiser?
- Es algo muy olvidado, dice el zorro. Significa crear lazos.
- ¿Crear lazos?
- Claro, dice el zorro. En este momento tú no eres para mí más que un niño parecido a cien mil niños. Y no te necesito. Y tú no me necesitas tampoco. Yo no soy para ti más que un zorro parecido a cien mil zorros. Pero si tu
m'apprivoises, tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mi único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo.
- Empiezo a comprender, dice el principito. Hay una flor… creo que ella
m'a apprivoisé


Apprivoiser: domesticar, domar, familiarizar, encantar, hechizar.
“apprivoiser” a alguien. Ser “apprivoisé” por alguien.

Jan 12, 2007

 
W.G. Sebald
Sobre la historia natural de la destrucción
Anagrama, Barcelona, 2003


Por Miriam Badillo

El autor alemán, muerto en el 2001 en accidente automovilístico, reunió en este libro una serie de polémicas conferencias dictadas en Zurich sobre un pasaje de la historia alemana que en apariencia ha sido estudiado y abordado por académicos y escritores: los bombardeos de los aliados que arrasaron las más importantes ciudades alemanas en el último periodo de la segunda guerra mundial. Sebald sostiene que dichos bombardeos con toda su carga de horrores nunca fueron tratados con la profundidad y honestidad suficientes, al contrario los textos y testimonios existentes solo reproducen una serie de estereotipos que lejos de reconocer los inmensos sufrimientos y desastres sin nombre de esa incendiaria guerra aérea echan una dolorosa e inhumana cortina de humo que en su momento sirvió para privilegiar la necesidad de la reconstrucción y por tanto del olvido. Al analizar la literatura de la posguerra Sebald se encuentra con historias poco apegadas a una realidad de destrucción que se imagina horrible, los escritores se dedicaron a crear historias extravagantes, artificiosas, huidizas. Para Sebald el reconocimiento abierto del propio sufrimiento de los alemanes debe estar en consonancia también con el reconocimiento de los dolores por ellos inflingidos, en un ejercicio ético, moral, psicológico que rescate la memoria y los recuerdos sean de la naturaleza que sean y que finalmente reconstituyan una historia más humana, sensible al sufrimiento.



 
J.M. Coetzee
Desgracia
Mondadori, Barcelona, 2000


Por

Miriam Badillo


Un académico universitario común y corriente, es decir responsable, conocedor de su materia (poesía inglesa) sin llegar a lo extraordinario, divorciado, cincuentón, profesor gris, con una vida tranquila y sin mayores preocupaciones personales que las de resolver de algún modo sus impulsos y deseos sexuales
“crepusculares”
cae en desgracia. Lo que se adivinaba como uno más de sus flirteos con una estudiante lo conduce a un juicio escolar que le hace perder el trabajo y le cambia por completo el panorama de una vida que él ya vislumbraba de cierto modo, con sus dudas y asperezas pero completamente predecible. Se va entonces a pasar una temporada a casa de su hija, en una granja desolada, y ahí junto con ella se encuentra de nuevo frente a la desgracia.
Muchos elementos hay por discurrir con este libro del autor sudafricano que no duda en poner sobre la mesa una vez más el universo de sus preocupaciones, obsesiones diría yo, personales: la vejez y sus revoluciones, ¿un hombre o mujer viejo pierden el derecho a amar, a desear? ¿Se convierten en seres detestables y exiliados en su piel marchita?; el impulso erótico y sus oscuridades, sus misterios nunca resueltos; la validez de un mundo que reprocha y juzga desde su propia mentira y fragilidad; la realidad histórica y social de una Sudáfrica profunda cuyas leyes no escritas se imponen con furia en el personaje de Lucy (ex hippie, empeñada en asimilarse a esa Sudáfrica profunda, rural), la hija de David Laurie, el personaje principal.
Laurie se ve repentinamente enfrentado al propio peso de su alta cultura, de su egoísmo, de su frialdad y desapego, brutalmente enfrentado a la presencia y sufrimiento de los seres que comparten el planeta con los humanos (según dice Lucy): los animales.
Coetzee no cede nunca, sus personajes se mantienen siempre sujetos a sus propios e intransferibles mundos, más asertivos que equivocados aunque sus empecinamientos o tal vez mejor dicho, sus certezas, los lleven a la desgracia y durante casi todo el transcurrir de la historia, a la incomunicación y la distancia. No, Coetzee no cede nunca ante la tentación complaciente, cede, eso sí, a la conmoción, al dolor y no duda en conmoverse y con él sus personajes.

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