Aug 23, 2006

 
Adolfo Gilly
Pasiones cardinales
Cal y Arena, México, 2001

Por

Miriam Badillo


Sí, me encuentro leyendo Moby Dick (de extraña y lentísima degustación) pero hay libros que de pronto me saltan y me asaltan. Me ocurrió apenas con este esbelto texto de sugestivo título, estética diversa y cubierta enigmática: la fotografía de una joven con el torso al aire, rostro embozado de zapatismo, de cuyo pasamontañas sale el cabello largamente trenzado cayendo por su costado. Sus manos abiertas están en camino de juntarse en una palmada de jubilosa protesta. Ella es tal vez como “…las mujeres alucinadas de Paul Delvaux, caminando casi desnudas por las ciudades glaciales de la fiebre y de los trenes…” según dice el autor de Pasiones Cardinales en uno de los siete escritos que componen este libro.


Había leído yo este texto cuando salió la vez primera hace cinco años, según dice la ficha editorial. Me gustó tanto, tanto, que seguramente lo leí en repetidas ocasiones, en diferentes momentos y lugares desde entonces. Y ahora me lo he vuelto a encontrar y compruebo que me gusta como la primera vez (la relectura es fuente de placeres incomparables si bien no supera las delicias misteriosas del primer encuentro).

El libro, como ya dije, se compone de siete escritos que ya habían sido publicados en diferentes revistas entre 1995 y 1996 y que el autor quiso juntar y titular de ese modo: pasiones cardinales (pienso en amor, libertad y justicia. La cuarta no sé, lo confieso.)
Según dice la solapa Adolfo Gilly es escritor, historiador y corrector de imprenta además de profesor universitario. Es precisamente por eso que este libro me gustó tanto cuando lo descubrí: el autor está inmerso en el mundo de la vida, más allá de la academia, y no tiene reparos en mostrar que la fuente profunda de su inquebrantable rigor intelectual (probado en sus volúmenes más gruesos, de letra más pequeña y líneas menos separadas, y en los actos de su vida, que yo conocía) proviene de manantiales más bien poéticos, más bien misteriosos, él que aquí escribe ha mantenido encendido el fuego en su corazón, cosa que no puedo decir de otras reconocidas inteligencias, pensé aquella primera vez.

Los escritos tratan pues del amor, de la poesía, de los caminos, de los hombres y mujeres que acompañan una vida de lucha revolucionaria, de pasión, de entendimiento de aquello que dice Borges y el autor cita “ Desconocemos los designios del universo, pero sabemos que razonar con lucidez y obrar con justicia es ayudar a esos designios, que no nos serán revelados.” Creo yo que estás breves líneas acaso podrían ayudar a allanar el camino, y las feroces dudas, si somos capaces de guardarlas en nuestro corazón tal como el autor de Pasiones Cardinales parece haberlo hecho y que, como Borges, está próximo a cumplir un año más de vida el veinticuatro de este mes.

Aquí les van unas, no tan breves y arbitrariamente seleccionadas, citas:

“Una hora antes de media noche salí a caminar por ese San Juan donde nunca había estado. Nadie en las calles, la luna llena recortaba las masas leves de las casas de un piso, las iglesias, las cúpulas, las plazas y sus kioscos, ponía a brillar con tenuidad al empedrado, sacaba a la existencia una ciudad espectral, aparecida, de una belleza antigua y silenciosa. Yo entraba en ella como quien se deja atrapar y perder en la perspectiva en blanco y negro de una película muda y se vuelve, uno, el solo paisaje humano caminante de una acción inmóvil, tensa y fantasmal, puro Antonioni, cuyos protagonistas son la ciudad desierta y enlunada y las generaciones que la pulieron con la materia lenta y abrasiva de sus vidas ya desaparecidas pero presentes en los perfiles insospechados de la noche alta (….) A la otra mañana, cuando salí a la calle, nada quedaba de eso, lo que se dice nada. La ciudad con su gente, sus autos, su ajetreo mercantil y sus colores era otra en los mismos lugares. Caminante nocturno de ciudades, yo sabía ya que esa ausencia me esperaba, pero pocas veces he sentido tan fuerte el repliegue de la noche en la nada. Es que al filo de la medianoche, me dije, San Juan del Río me había enviado su propio fantasma, no ella misma sino su doble oculto, el que tiembla invisible debajo de la ciudad de cada día, su rescoldo lunar, su arquetipo escondido que por capricho quiso revelarse al desconocido de vuelta a la tierra, al fuereño de paso, al que nunca más volverá a verla como la vio esa vez…” pags. 13-14.

“Fui a la ciudad de Buenos Aires, a preguntarle algunas cosas y a recordar, si era posible, otras. (Recordar es siempre preguntar.) Las ciudades, como los oráculos, no responden preguntas, tan sólo hacen señales. Descifrar toca a uno (…) Yo, lo que sea de cada quien, fui a preguntarle otras cosas y la ciudad me salió con que Juan Gelman. Sé que me quiso decir algo que todavía no alcanzo a descifrar, algo que se revelará cuando otros indicios se le sumen. (Para esto de juntar indicios hay que ser paciente, según me enseñó hace mucho otro Juan, Juan el viejo digamos. Pero cuando ya se acumularon los suficientes hay que saber leer el montoncito y decidir rápido lo que haya de ser o de pensar, porque si no se disuelven y vuelven al silencio.)…” pags. 61,63.

“… Me acordaba en mi carta, decía, entre otros de mis compañeros asesinados en 1966 por la dictadura militar en Guatemala, sobre cuyas tumbas desconocidas (los tiraron al mar, según parece) no se cansó todavía de escupir la infamia interminable que anida en vividores que solían llamarse de izquierda y hoy se llaman democráticos y mañana quien sabe. Era la Guatemala de donde yo había salido en diciembre de 1965 sin poder volver, porque en el viaje de regreso, en abril de 1966, ya asesinados ellos, a mi paso por México al licenciado Gustavo Díaz Ordaz se le ocurrió apresarme y encerrarme en Lecumberri por los siguientes seis años de mi vida…”pags. 68-69.

“…A esta intrincada y simbólica historia me llevaron mis recuerdos esa mañana de otoño en el Père Lachaise. Allí estaba también, en silencio y erguido en sus ochenta y cuatro años [Michel Pablo], el antiguo compañero griego de Ernest Mandel. Y muchos otros más. Despedíamos a un hijo utópico e irreductible de este tempo, que desde su primera juventud había enfrentado en ideas, escritos y acciones a los poderosos de este mundo, a los señores y amos del Este y del Oeste y al vendaval inhumano del cinismo…” pag. 86

“…Mario no tenía la marca de la milicia en su modo de ser. Su disciplina era de otro tipo: la del esfuerzo y la voluntad subordinados un fin libremente escogido, la de las penalidades a las cuales hay que sobreponerse y en el hacerlo se va haciendo el carácter, la paciencia y también, si el alma aprende, la tolerancia. Poco de eso es simple don del cielo. Casi todo se aprende, cuando se quiere, como se aprende a leer y escribir, a escuchar música o a hacerla, a manejar las armas y a conocer a la gente. Y si menciono estas múltiples y dispares artes, es porque eran algunas de aquellas en las cuales Mario Payeras había ejercitado su voluntad…” pag. 94

“… En las ciudades las viejas industrias son demolidas para dejar su lugar a otras nuevas. ¿Pero esta antigua construcción, situada en ningún lado, puertas al campo y cielo raso al cielo, no es un milagro que nos regala el pasado? ¿No habría que conservarla antes de que nada quede? ¿No podrían los niños ir a pasear en donde hombres trabajaron hace siglo y medio, para que las curvas del horno y de los arcos revelen finalmente su destino de juego y no de pena?(….) Fuera de toda razón aparente, me vienen a la memoria los grabados de Giovanni Battista Piranesi, el veneciano que en el siglo XVIII al dibujar las ruinas de la antigüedad romana salvó para nosotros el aire que entre ellas circulaba y que, como todos sabemos, es el origen de las luces y las sombras(…) La vieja fundición duranguense, en su pequeña grandeza, me parece diseñada por "el oscuro cerebro de Piranesi", como lo llamó Victor Hugo (….) ¿Empleo tal vez palabras demasiado grandes para una demasiado pequeña construcción derruida en las afueras de una hacienda de Durango? No lo creo. La belleza, como el espíritu sopla donde le da la gana. Se le antojó posarse en estas curvas de piedra olvidadas por donde pasan el aire y el tiempo, el calor y el silencio. ¿Alguien querrá salvarlas para que el sueño no se desvanezca? pags.111-113.


Comments:
Despues de todo qué es la vida sino esa sustancia apasionada y triste de a ratos pero no hay otra, qué gozo además!
 
Despues de todo qué es la vida sino esa sustancia apasionada y triste de a ratos pero no hay otra, qué gozo además!
 
Post a Comment



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?