Nov 27, 2013
El miedo a los animales
Por Darío Basavilbaso
Evaristo Reyes, escritor fracasado e idealista, en un lapsus de
expiación literaria, decide formar parte del Poder Judicial, en su más infame
categoría, la de policía. Ya como parte
de la institución, sus aspiraciones consisten en adentrarse en las catacumbas
tenebrosas del organismo encargado de hacer cumplir la ley y escribir un libro sobre el tema, pero lo que se va
conociendo a lo largo de la trama nos muestra a un personaje víctima de la
metamorfosis natural de esos “ambientes”, bajo la atenta tutoría de Maytorena excelente personaje de abominables
contrastes: drogadicto, asiduo al desmadre hard, ferviente apasionado de
travestis y conmovedor paladín del amor a los hijos. Es Maytorena quien rueda el copo de nieve que se vuelve avalancha cuando, de
manera fortuita, descubre en el suplemento cultural de algún periódico explícitos y directos insultos al Jefe del Ejecutivo. Como la motivación de un
hombre corrompido hasta las entrañas no es impartir justicia sino obtener
beneficios, Maytorena busca madrugar al autor de los vilipendios por conducto de “El
intelectual” Reyes. Aquí Serna comienza un ejercicio singular y quizá el
leitmotiv de su novela: ¡hacer pedazos a la intelectualidad nacional! con el
pretexto de una narración policiaca que por momentos rebasa lo verosímil, Evaristo Reyes lucha en solitario contra
dos instituciones monstruosas: la primera, la peor; la intelectualidad,
compuesta por narcisos, trepadores, autocomplacientes, briagos y promiscuos,
amos y señores de las letras. Donde el más destacado y digno de alabanza será
únicamente aquél que mejor oculte su verdadero rostro. La segunda, la
tradicional, el sistema judicial, animales con armas y mediada puntería,
capaces de asesinarse entre ellos si el alcohol lo amerita y que al igual que
los anteriores persiguen la dádiva de la
instancia superior. Tanto entre los judas como entre los intelectuales, existen
ritos iniciatorios, un asalto con lujo de violencia promueve y da legitimidad
al prospecto a cargar un arma y una placa. Un acto lésbico ocasional pone a la
chica buena y culta en la antesala de la publicación de su obra. La novela
negra permite algunos abusos imaginativos en beneficio de una sangre más
carmesí. Un par de estas licencias se adjudica Serna con las cuales no queda
más que ser indulgente. Sin embargo, el final es débil y engañosamente moralizante,
el perseguido por las dos respetables instituciones es acorralado, pero logra
salir adelante; por fin escribe y alcanza la “limosna de notoriedad” que
siempre está instalada en la conciencia del más infeliz. Al final la expiación
se consuma. El autor marginado, el seudojudicial surge de sus cenizas y como
decisión aleccionadora al tocar el cielo decide permanecer en este fango. Como
policía renovado pide lugar donde están las emociones fuertes: Sinaloa. Obvio,
a ser intelectual o morir a manos del narco, definitivamente la segunda opción.